Aquello que debería ser cuestionado es asumido sin discusión. En lugar de observar… afirmamos. Jean Pruvost Por Víctor Palacios La noción de “ideas recibidas” surgió en el siglo XVIII como un acto reflejo del pensamiento crítico y revolucionario de la Ilustración. Dicho movimiento cultural, científico e intelectual se caracterizó por poner en tela de juicio los paradigmas que, hasta entonces, eran entendidos como verdades absolutas transmitidas de generación en generación. Es decir, aquellas ideas preconcebidas, estereotipos o clichés adoptados, absorbidos desde la infancia como hechos incuestionables que explican el mundo y determinan el papel que nos corresponde asumir en tanto individuos de una sociedad. Por ejemplo: El progreso es bueno, el arte es bello, la democracia es democrática, el universo es un algo en expansión, entre otras.
Bajo una dinámica de diálogo, producción e intercambio entre los artistas convocados, esta puesta en escena en constante transformación es un ejercicio colaborativo encaminado a generar preguntas sobre dicha noción. Si bien es claro que nadie puede permanecer inmune a las ideas recibidas, el dilema reside entonces en qué hacer con estas: camuflarlas según el entorno, someterlas a consulta popular, esculpirlas en rosado merengue, empoderarlas, tal vez cualquier cosa menos repetirlas de manera automática, neutral.
De manera ineludible, este quehacer en colectividad pone sobre la mesa diversos aspectos y modelos expositivos directamente vinculados con el museo público en tanto espacio de exhibición, contemplación y aprendizaje. Paradójicamente, otra idea ilustrada, otra idea… ¿recibida?
Tal y como lo mencionó el artista Georges Braque: “debemos siempre tener dos ideas, una para destruir la otra”. Dicho de otro modo, lo más peligroso de las ideas es tener solo una.
