María Fernanda Matos Moctezuma
Curadora
Martha Pacheco (Guadalajara, Jalisco, 1957-2021) tradujo al lenguaje del arte los temores arcaicos de la locura y la muerte. No exenta de un placer morboso, penetró sin prejuicios en la intimidad de las zonas vedadas del hospital psiquiátrico y la morgue para dejar inscritos en sus cuadros el aislamiento del loco y la visión siniestra del cadáver.
Del interior de los lugares prohibidos pasó al espacio abierto de las calles y registró con su iconografía perturbadora la vida precaria de los limpiaparabrisas, malabaristas, payasos y otros personajes, dejando inscritos en el corpus de su obra el afuera y el adentro de una realidad social que representa la disección estética de la soledad y el abandono.
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De fino espíritu, introvertida y de pocas palabras, Martha Pacheco destacó en el panorama de las artes plásticas desde los años 80. La parte axial de su poética asomó de manera simbólica en sus primeras obras, acusando la influencia de Francis Bacon (1909-1992), el pintor británico por quien sintió profunda admiración. En los años 90, los retratos del alemán Gerhard Richter (1932- ) significaron un giro en su expresión en función de la interrelación entre pintura, fotografía y las fuentes periodísticas. Desde entonces, con la intermediación de la cámara y el recurso de su imaginación, construyó una realidad que revela lo que no queremos ver.
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El realismo en la estética de los años 80, a decir de Mario Perniola (Italia, 1941 – 2018), buscó captar lo real sin mediación simbólica, con imágenes cotidianas de la parte terrorífica y abyecta de la sociedad.
Martha Pacheco trastocó el sentido sagrado del cadáver mostrándolo de manera explícita en su desnudez. Ya sometido a la autopsia, lo insertó en la cultura visual de la violencia, haciendo del cuerpo muerto un objeto estético y del espectador un voyeurista que atisba a través de la ventana de sus cuadros el mundo rutinario de la morgue.
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Rostros despojados de todo carácter romántico, de mirada triste y sonrisa pueril, revelan el anonimato y el encierro. Hay en la serie un trasfondo amoroso de identificación con el otro. A decir de Emmanuel Lévinas (Lituania 1906 -Francia 1995), solo a través del rostro del otro se puede cobrar conciencia de sí mismo.
Dentro de sus variables discursivas aparece un referente autobiográfico que cobra forma en el autorretrato. La autora participó de las escenas de sus cuadros en una extensión de sí misma, como partícipe del mundo del otro, en una dimensión que la convirtió en objeto y sujeto de su creación.
